sábado, 21 de marzo de 2009

Tupiendo Ideas

pies descalzos en blancas arenas
azucenas blancas camino del mar
en la árida tierra
de los suelos morados de mi sapukái
nación de ensueños en ti congelada
en tu grito se clava un sueño nacional,
no desampares al pueblo mio
sapukái de mi Parauay











I


A las 11 de la mañana, finalizada la breve estadía escolar, los pies descalzos empezaban a andar, los ojos negros llenos aun de la oscuridad de la noche, y el alma en volandas por aquel lugar, una llanura de cielo rancio y austera soledad. Se llamaba Dolores, dolores sin mas, sí, un sentimiento angustioso en busca de lugar, buscando un cuerpo en donde molestar a ver si asi algún dia pudiera extinguirse, evaporarse, como los escupitajos en las llamas de las rajas.

¿Quién puede saber hasta adónde puede llegar un camino? si son ramificaciones interminables, de una periférica a otras principales, los límites se pueden dar por los rios, mares u océanos, pero los caminos en sí son largos; cómo puede saber nadie donde puede llegar en esos pasos lentos y azarosos, subestimar la habilidad humana por el silencio es inconcebible, en su aparente azar puede que guarde la clave, puede que alli esté la razón primera de sus pasos; siempre la misma hora pero siempre un camino distinto, adentrándose en las desidades de los matorrales, siempre con pies descalzos.

Una grieta en el corazón, un agujero en el cielo; los ojos no son capaces de ver ese estado brumoso dentro del alma, estado que se consume y reproduce en el silencio, entre paso y paso, entre búsquedas y búsquedas, con esos pies sangrantes en un beso eterno con la arcillosa tierra clara de los valles de sapukái, con sus alfombras de espinas en toda su extensión. Pasos lentos, quizá por esa pena con la que carga a cuestas, esa pena que nadie ve ni imagina.

10 Años, una mente blanda como las arcillosas orillas del rio paraguay, fácil y manipulable, historias y leyendas sumidas entre sí, y suministrdas sin consultas ni recetas, creia en la historia del cometa que redujo a hierro viejo la estación del ferrocaril, la pobreza la sumió en la ruina mental a la que estaba expuesta todo el pueblecillo, que de bonito todo lo que conocía era su cristo de madera, tallado en la mano de un leproso.

Tanto como tantas enfermedades eran transmisibles de una persona a otra, lo era la tristeza, tanto que lentamente era el rostro de todo el pueblo, la expresión común del valle encantado, el valle de la estación del ferrocarril estaba sumido en el desconsuelo de la tristeza, agobiado por la desesperación, y como no, Dolores, pobre Dolores con los pies delcalzos, sobre las alfombras de espinas, abriendose paso en la densidad del bosque.



II

Ahora no yerraré, este debe ser el camino, aqui he estado ayer, y pienso que estuve cerca, quizá hoy sea mi día, y no tenga que volver, sí, eso creo, recuerdo esas florecillas blancas como las que mamá ponia en la jarra de cristal, sí ahí estaban. Imagino que fué éso lo que me dijo el viejo Alberto, que cuando encontrase una vereda de florecillas del bosque blancas estaría cerca, sólo me faltaba saber si cuan llena estaba la luna por esos días.

Encontré un acogedor castillo de paredes de aire invisible, con techo de ramas tupidas, alli me senté, y viendo la tranquilidad me acosté a dormir. Habrán pasado unas cuántas horas desde que me acosté, por que el sol iba camino de la casa suya como debería de hacer yo como no quiera toparme con los interminables plagueos de ña Cata.

Puse mis pies sobre tierra y abandoné mi sútil encantamiento, salí corriendo, las vacas esperanban mi regreso para regresar a su ranchito, todas eran trabajo de mi jurisdicción, el caballo marron, y las yeguas, ya los bueyes no son de mi proceder, éso los hará el Colmán, que vendrá enseguida y si no estoy en ello, el muy chivato seguro me delata.

Sólo espero recordar este camino, sé que éste el que me llevará, karai Alberto me dijo que así sería. ¿Y si no es? No puede ningo ser, tiene que ser ningo éste. Pero bien mañana, voy a seguir mirando.

Pensando en todos los sórdidos detalles, rememorando en mis adentros la inestructurada historia de Karai Alberto, recordando las obligaciones que me impone ña Cata a cambio de techo y pan, y sus plagueos inerminables como si todo aquello que los demás bajo su dirección hacen nunca está bien hecho, como si sólo el sello de sus manos fuera digno de reconocimiento.

La tarde esta bastante entrada, el rojo del cielo anuncia la oscuridad cercana, el apogeo de los muas y los mosquitos, los establos estan casi llenos, me queda poco, enseguida hay que irse a la cama, no me importa mucho si habrá cena o no, mi alimento es distinto, me sacia la idea de llegar allí, en donde ese habitáculo minúsculo e incódomodo pueda llenarme del calor que anhelo, a ver si se me pasa el frio helado éste en el que vive mi corazón.





III