martes, 28 de abril de 2009

III







La noche larga y oscura, con su elegante vestido negro, apenas iluminado por pequeñas brechas de luz atravez de las perforaciones que los años han roído a las paredes de madera de la casa de Ña Cata, hacían de aquel sublime momento una obra de arte eterna en los grandes ojos castaños, abiertos, espectantes, en busca de cualquier indicio que pudiese sumar a su saga una mínima de razobale magia que la conduzca por un acertado camino destino a la verdad y borrar, de ser posible, el infatigable temor que quebrantaba su sorbo de paz en la soledad de la noche a espaldas de los ronquidos mal repartidos en la habitación que compartían, ella y los dueños de casa; resignada a su suerte, quieta repasando los hechos y las posibles acciones futuras.

La decisión tomada estaba, el camino a seguir estaba delineado, en una mente inconsiente del camino, de los peligros, alguien que no cuenta las almas que han pisado en falso, que los oscuros pozos infinitos lo han tragado sin digna sepultura incluso, alguien con el corazón cargado de esperanzas y de escasos conocimientos, alguien intentando encontrar al alguien que se había marchado al otro lado de la partida, alguien que buscaba a alguien que quizá desde arriba lo estuviese cuidando y velando la buena suerte de aquel empredimiento, que dentro de razonamientos lógicos era absurdo. Sí, la desición estaba tomada, a tientas, intentaba imaginarse el final.

La falta de recursos era un contricante poderoso, cuya arma mayor consistía en el desconocimiento; las historias del señor del bar sobre los datos históricos, relatos irracionales, imposibles, incongruentes, quién imaginaría que fuera a nublar tan punemente la realidad de una niña obediente y la incitase por caminos de espinas, sendas desconocidas, porque pese a que esa noche haya querido meditar sobre ellas, ningún indicio podría anticiparla a lo que estaba expuesta lanzándose a tal aventura, no, definitivamente no, ni cuales serían los resultados, se lanzaba a un enigma, en busca de un trofeo que de momento y en la naturaleza de su condición eran inalcanzables. Ésas historias de bar, que los niños oían a descuido de los mayores, quién creería que fuese el puente entre ella y el resultado de su suerte.

Todos los objetos que la rodeaban eran sombras, intentando definirlas se estremecía levemente, sentía el estupor pasear su cuerpecillo al observar las formas que parecían cabezas, que parecían fantasmas, todas desfilando en un destello de luz bajo su imaginación, creyendo que talvez, podrían tratarse almas de intenciones desconociadas, que podían ser entes independientes en velo de sus propios intreses,pero los combatía con decisión mencionando para sí misma el valor del trofeo que la agardaba una vez superda ese trayecto turbio, que en cuanto avanzaba la noche más se asomaba a conocerla.

Era consiente de lo poco que sabía, talvez por que se habrá fijado en que hay gente que sabe bastante más, pero una cosa sí sabía, que era tarde, que la noche había avanzado con mucha prisa, casi con la misma velocidad que sus pensamientos en relación al gran día, y que tenía que intentar morir en el confortable descanso de la noche, y levantarse con un dia fácil, morir a esa pesadumbre para renacer camino al cielo, a su cielo particular, encontrar el camino que la apartase de la soledad, del abandono, del no importar, para despertar de esa vida tan extrañamente miserable, y tan antagónicamente inválida ante sus necesidades, tan pequeñas y tan inmensas al mismo tiempo.

Pasado las dos de la mañana cayo dormida, acurrucada con las piernas dobladas, rogando quiza cariño o protección, respiraba bajito, suavemente, mientras su cuerpo flotaba con regocijo en la comodidad su mente se aventuraba por tierras desconocidas, alguien la llamaba, Dolores, Dolores, muy bajo casi un susurro, al volverse se encontro delante de la figura de una mujer, sus ojos castaños fueron espejos de su asombro, y fueron como el mayor grito de alegria despues de tantas asusencias de esa figura que ahora se erguia ezbelta y hermosa delante de ella, corriendo fue hasta ella, que se inclinó y la abrazó, hundió su cabeza en un largo abrazo, lo único que pudo decir fue: Ya no podía seguir sóla, no soy nadie en la casa de Ña Cata, ¿Porque te fuiste?, pero el sueño devaneció y abrio los ojos, y los volvió a cerrar, hasta que los primeros rayops del sol bañaba de opacos colores a lso componentes de la habitación.

Néike, ña pu´a ke, néike, allí estaba Ña Cata, con su muy inasalubre buenos dias para la salud de quienes sufren por falta de atenciones, ordenándola a llevar las vacas de lso establos a los patios asignados. Esa máñana algo había cambiado, al terminar su tarea, en la hora del mañanero desayuno Ña Cata la trajo un par de zapatitos usados, se los dió en silencio, a sabiendas de que le quedarían bien, se lavó los pies y se los puso en el mismo solemne silencio en el que los recibió, lo agradeció tímidamente, y fue a coger la mochila. Ésa mañana, fue distinta al resto de los días que había pasado allí, miró atentamente todas las cosas dentro y fuera, los muebles, las mesas el bar, a las afueras, intentando fotografia el momento en el que se despedía de aquello que se le iba haciendo familiar, en un suave meneo de la mano se despidió y con cada paso inició su marcha al camino que quizá con antelacion ya la esperaba.

sábado, 21 de marzo de 2009

Tupiendo Ideas

pies descalzos en blancas arenas
azucenas blancas camino del mar
en la árida tierra
de los suelos morados de mi sapukái
nación de ensueños en ti congelada
en tu grito se clava un sueño nacional,
no desampares al pueblo mio
sapukái de mi Parauay











I


A las 11 de la mañana, finalizada la breve estadía escolar, los pies descalzos empezaban a andar, los ojos negros llenos aun de la oscuridad de la noche, y el alma en volandas por aquel lugar, una llanura de cielo rancio y austera soledad. Se llamaba Dolores, dolores sin mas, sí, un sentimiento angustioso en busca de lugar, buscando un cuerpo en donde molestar a ver si asi algún dia pudiera extinguirse, evaporarse, como los escupitajos en las llamas de las rajas.

¿Quién puede saber hasta adónde puede llegar un camino? si son ramificaciones interminables, de una periférica a otras principales, los límites se pueden dar por los rios, mares u océanos, pero los caminos en sí son largos; cómo puede saber nadie donde puede llegar en esos pasos lentos y azarosos, subestimar la habilidad humana por el silencio es inconcebible, en su aparente azar puede que guarde la clave, puede que alli esté la razón primera de sus pasos; siempre la misma hora pero siempre un camino distinto, adentrándose en las desidades de los matorrales, siempre con pies descalzos.

Una grieta en el corazón, un agujero en el cielo; los ojos no son capaces de ver ese estado brumoso dentro del alma, estado que se consume y reproduce en el silencio, entre paso y paso, entre búsquedas y búsquedas, con esos pies sangrantes en un beso eterno con la arcillosa tierra clara de los valles de sapukái, con sus alfombras de espinas en toda su extensión. Pasos lentos, quizá por esa pena con la que carga a cuestas, esa pena que nadie ve ni imagina.

10 Años, una mente blanda como las arcillosas orillas del rio paraguay, fácil y manipulable, historias y leyendas sumidas entre sí, y suministrdas sin consultas ni recetas, creia en la historia del cometa que redujo a hierro viejo la estación del ferrocaril, la pobreza la sumió en la ruina mental a la que estaba expuesta todo el pueblecillo, que de bonito todo lo que conocía era su cristo de madera, tallado en la mano de un leproso.

Tanto como tantas enfermedades eran transmisibles de una persona a otra, lo era la tristeza, tanto que lentamente era el rostro de todo el pueblo, la expresión común del valle encantado, el valle de la estación del ferrocarril estaba sumido en el desconsuelo de la tristeza, agobiado por la desesperación, y como no, Dolores, pobre Dolores con los pies delcalzos, sobre las alfombras de espinas, abriendose paso en la densidad del bosque.



II

Ahora no yerraré, este debe ser el camino, aqui he estado ayer, y pienso que estuve cerca, quizá hoy sea mi día, y no tenga que volver, sí, eso creo, recuerdo esas florecillas blancas como las que mamá ponia en la jarra de cristal, sí ahí estaban. Imagino que fué éso lo que me dijo el viejo Alberto, que cuando encontrase una vereda de florecillas del bosque blancas estaría cerca, sólo me faltaba saber si cuan llena estaba la luna por esos días.

Encontré un acogedor castillo de paredes de aire invisible, con techo de ramas tupidas, alli me senté, y viendo la tranquilidad me acosté a dormir. Habrán pasado unas cuántas horas desde que me acosté, por que el sol iba camino de la casa suya como debería de hacer yo como no quiera toparme con los interminables plagueos de ña Cata.

Puse mis pies sobre tierra y abandoné mi sútil encantamiento, salí corriendo, las vacas esperanban mi regreso para regresar a su ranchito, todas eran trabajo de mi jurisdicción, el caballo marron, y las yeguas, ya los bueyes no son de mi proceder, éso los hará el Colmán, que vendrá enseguida y si no estoy en ello, el muy chivato seguro me delata.

Sólo espero recordar este camino, sé que éste el que me llevará, karai Alberto me dijo que así sería. ¿Y si no es? No puede ningo ser, tiene que ser ningo éste. Pero bien mañana, voy a seguir mirando.

Pensando en todos los sórdidos detalles, rememorando en mis adentros la inestructurada historia de Karai Alberto, recordando las obligaciones que me impone ña Cata a cambio de techo y pan, y sus plagueos inerminables como si todo aquello que los demás bajo su dirección hacen nunca está bien hecho, como si sólo el sello de sus manos fuera digno de reconocimiento.

La tarde esta bastante entrada, el rojo del cielo anuncia la oscuridad cercana, el apogeo de los muas y los mosquitos, los establos estan casi llenos, me queda poco, enseguida hay que irse a la cama, no me importa mucho si habrá cena o no, mi alimento es distinto, me sacia la idea de llegar allí, en donde ese habitáculo minúsculo e incódomodo pueda llenarme del calor que anhelo, a ver si se me pasa el frio helado éste en el que vive mi corazón.





III